En cada uno de nosotros producen un efecto mágico esos seres maravillosos que viven en medio de nosotros, a quienes aún les brillan intensamente los ojos y quienes responden asertivamente a las preguntas de la vida con una alucinante sonrisa.
Los llamamos niños y sin importar mucho si son hijos, sobrinos o vecinos descubrimos en ellos la verdadera luz del ser humano. ¿Cuál es entonces la característica del niño que, perteneciendo a nuestra misma especie, logra tanta magia sin “saber” ni “hacer” nada?
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